

En las últimas dos décadas, la inversión en infraestructura portuaria alcanzó un récord histórico de US$ 3.000 millones, multiplicando por tres el valor del comercio exterior del Perú. Sin embargo, los beneficios plenos de esta transformación aún están lejos: las carreteras en mal estado, los proyectos mineros paralizados, y la falta de visión estratégica mantienen al país a medio camino de convertirse en un “hub” logístico regional.
El caso peruano es un recordatorio de que las grandes infraestructuras, por sí solas, no garantizan competitividad global. Según el Instituto Peruano de Economía (IPE), el país ha invertido en sus puertos más de US$ 3.000 millones en los últimos 20 años, de los cuales US$ 2.000 millones se ejecutaron en solo el último lustro. El proyecto estrella es, sin duda, el puerto de Chancay, con una inyección de US$ 1.300 millones y la promesa de convertir al Perú en una puerta directa hacia Asia.
“Los puertos eficientes no solo reducen los costos de transporte para los exportadores; también abaratan la vida de los consumidores, al facilitar la importación de bienes a menores precios”, explica la economista del IPE, Ana Lucía del Río, quien lidera este análisis.

Pero el panorama no es tan brillante. Más del 80% de las carreteras departamentales en cuatro de las seis regiones costeras está en mal estado. Es decir, aunque el país ya tiene puertos de primer nivel, gran parte de su ‘hinterland’ (área detrás del puerto, una ciudad o una infraestructura logística, que actúa como su zona de influencia o suministro de recursos y mercancías) no puede conectarse de manera fluida con ellos. El resultado: cuellos de botella que frenan la competitividad.
El factor minero y agroindustrial: la llave del futuro
El destino de varios puertos regionales sigue atado a sectores clave. En Arequipa, por ejemplo, la suerte del puerto de Corío depende casi enteramente de proyectos mineros como Tía María, mientras que en Lambayeque, el de Eten está ligado al impulso agroindustrial. Piura, por su parte, vive de las agroexportaciones que fluyen a través de Paita.
“Cada región tiene un sector ancla que define la viabilidad de su puerto. Sin minería y agroindustria, no hay demanda suficiente para sostener nuevas inversiones”, precisa Del Río.
El desafío, entonces, no es solo terminar proyectos, sino generar un entorno que active la demanda exportadora. Con los actuales precios del cobre, cualquier nuevo proyecto minero podría convertirse en un catalizador inmediato para atraer capital portuario.
Chancay y la tentación de las zonas francas
Finalmente, Del Río advierte sobre un riesgo común en la política económica peruana: la tentación de buscar atajos. En el caso de Chancay, algunos sectores proponen convertirlo en una zona económica libre de aranceles. Para la economista, medidas de ese tipo no son sostenibles ni garantizan competitividad real.
“La clave está en mantener una inversión sostenida en infraestructura de calidad, no en beneficios fiscales pasajeros”, concluye.
El Perú tiene hoy los puertos más modernos de su historia y un comercio exterior que se triplicó gracias a ellos. Pero el reto es claro: sin carreteras que conecten, sin minería ni agroindustria que empujen la carga, y sin políticas de largo plazo, esa ventaja corre el riesgo de quedarse varada en el muelle.
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